lunes, 26 de marzo de 2018

¿Porqué disculpan las mentiras?

Amigos que considero inteligentes, de vez en cuando publican noticias falsas en las redes sociales. Algunas son tan absurdas, tan fáciles de desmontar, que me queda la duda de si las comparten por error o conociendo su falsedad, simplemente porque refuerzan una realidad superior, la suya, que creen necesario difundir de todas maneras.
Investigadores del MIT han confirmado que la mentira viaja mucho más rápido y llega más lejos que la verdad. Hasta seis veces más en el caso de las redes sociales. Lo espectacular, sensacionalista y falsamente novedoso es más atractivo y genera más likes que cualquier otra cosa que se comparta; por ello no es de extrañar que mucha gente mienta y propague mentiras para “gustar más”. Parece haber algo irresistiblemente encantador en la mentira que nos hace propagarla, agrandarla, retorcerla y volver a compartirla sin que a menudo nos paremos a medir sus consecuencias o el daño que puede hacer a terceros. 
Todos tenemos nuestros propios prejuicios —somos favorables a unas cosas y contrarios a otras; con el tiempo olvidamos incluso el porqué— y ayudamos a divulgar informaciones u opiniones sin hacer un mínimo trabajo de verificación de “lo que compartimos”, demasiadas veces sesgadamente y sin leer todo el texto completo. A pocos le importan los hechos, los testigos, los avales, etc. lo único que importa es si lo divulgado “favorece a los míos” o “habla contra los otros”. Si sumamos a la escena el miedo, los infundios y falsos rumores alcanzan el nivel de verdades absolutas para las masas.
Las redes, los blogs y muchas publicaciones digitales van llenos de “fake news” (el bulo de toda la vida). Aunque se le cambie el nombre, la mentira es tan antigua como el lenguaje. No hay más mentirosos hoy que hace cinco, diez o cien años. Simplemente cuentan con aliados que hacen su trabajo mucho más fácil, incluida la tecnología para propagar falsedades y un periodismo, supuestamente el oficio encargado de desenmascararlas, que en países como el nuestro ha renunciado a hacer su trabajo.
Lo falso encuentra hoy una amplia cobertura incluso en los medios que se describen como “serios”. El sectarismo con el que la prensa nacional trata cualquier asunto, replicando una visión de la realidad donde los prejuicios tienen más peso que los hechos, hace que la verdad se esté quedando sin defensores. Los propietarios de los medios viven temerosos de enfadar a audiencias que exigen una reafirmación de sus creencias y sus trabajadores (¿periodistas? y otros) viven pendientes de un público al que hay que enganchar con noticias cada vez más llamativas, aunque no se ajusten a la realidad. Las crónicas de buenos reporteros, que todavía los hay, han pasado a ser medidas por su popularidad, no por su rigor o profundidad. El periodista que antes suspiraba por un Pulitzer hoy se conforma con un buen número de likes o comentarios aprobatorios de su buen hacer. Al fin y al cabo, ellos y todos nosotros (sus audiencias, también incluidos los jueces), vivimos en la misma.
Nuestra sociedad ha legitimado la mentira —igual que está bien visto estafar al “fisco” siempre que lo haga yo o los míos— y nadie se ruboriza, ni siquiera los periodistas, cuando a alguien le pillan soltando una, por escandalosa que sea. Y si los medios, los periodistas, los políticos mienten, roban, eluden y defraudan a Hacienda, … ¿porqué no debería hacerlo yo? Observando a nuestros representantes en cada campo, es fácil sentirse legitimado para mentir.
Uno solía ver la competencia entre verdad y mentira como la carrera entre la liebre y la tortuga: la primera tomaba ventaja rápidamente, pero poco a poco iba perdiendo terreno frente a la solidez y determinación de la segunda. El que así piensa comete el mismo error del principiante que afirma “el buen producto se vende solo”, porqué la liebre, empujada por las redes y el mal periodismo, toma a menudo una ventaja que la tortuga no alcanza nunca a recuperar. La mentira gana con frecuencia, mientras es aclamada desde la grada por un público entregado, que ensordece a las masas con su griterío persistente. Cansados de tanto luchar contra corriente, a los que persiguen la verdad, cada vez les quedan menos amigos sinceros; al menos, de los que se atreven a divulgar la verdad contrastada, aunque no sea políticamente correcta.

martes, 20 de marzo de 2018

Inteligencia, autocontrol y éxito

¿Cuál es el factor determinante en la capacidad de ejercitar autocontrol, y de dónde proviene? 
Ninguno de nosotros por si solo puede controlar nuestro mundo, pero, sí que podemos controlar cómo pensamos y nos comportamos acerca del mismo. 
En tiempos pasados casi todos los psicólogos asumían que la habilidad de los niños para poder esperar dependía en la intensidad del deseo que tuvieran, por ejemplo de comer más golosinas. (Experimento del “chuche” de Walter Mischel - "The Marshmallow Test" ) 
Lo que estaba en juego para los niños durante el experimento fue la "distribución estratégica de la atención". En lugar de obsesionarse con el chuche, el "estímulo caliente", algunos niños se distraían jugando a las escondidas, cubriéndose los ojos, o entonando canciones infantiles. Mientras usaban estas técnicas de distracción, el deseo no se borraba, sino que se movía a un lugar secundario en la mente de los niños. En los adultos esta habilidad se conoce como la metacognición, o el pensar acerca del pensamiento. Lo que usualmente ayuda a algunos a sobreponerse a sus impulsos. Imaginen que están paseando por una calle y ven algo que les lama la atención y les gusta en un escaparate. Cuando sientan la tentación de entrar en la tienda y "comprarlo", díganse a si mismos que se concederán todo un día para pensar en su "objeto del deseo" y si lo siguen deseando ya volverán a comprarlo. La mayoría de las veces su tentación no será tan fuerte como la de Ulises (el de la Odisea de Homero que pidió que lo ataran al mástil de su embarcación porque era consciente de que nunca sería capaz de resistir el canto seductor de las Sirenas) y se ahorrarán un buen dinero en algo que seguramente dejará de cautivarles inmediatamente después de haber pasado por caja. 
Para Mischel y su equipo de investigadores, los resultados de sus estudios eran muy importantes porque creían ver en ellos una cierta capacidad predictiva de comportamientos futuros. De acuerdo a estos descubrimientos, podrán deducirse que si alguien se esfuerza en estudiar, preparándose para sus exámenes del colegio en lugar de ver la televisión, entonces, en el futuro esa persona seguramente será más capaz de evitar gastos innecesarios y será más capaz de, por ejemplo, ahorrar dinero para mejorar su libertad financiera. 
Seguramente que la capacidad de “posponer la gratificación inmediata” tiene un gran componente genético aunque me gustaría pensar que puede que haya métodos de aumentar la propia capacidad de posponer muchas gratificaciones inmediatas con las que nos tientan las “sirenas” que nos encontramos en la vida. Algunos experimentos han demostrado que a medida que la capacidad de dilación en los niños disminuye, se refleja en el número de errores cometidos como adultos, aunque parece que no son del todo concluyentes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la conclusión a la que el equipo de Mischell llegó, después del seguimiento de los niños al cabo de los años, demuestra una correlación (los que pasaron la prueba tuvieron más éxito en la vida), no una causalidad (si se pasa la prueba se tendrá éxito en el futuro, ya que se puede aprender a esperar la recompensa futura). 
¿Tienen ustedes la disciplina personal de quien construye al largo plazo y prefiere una gratificación final más importante frente a una recompensa inmediata en el corto plazo? 
¿Tienen “autocontrol” para resistirse a las tentaciones inmediatas del corto plazo y seguir un “plan a largo plazo” previsiblemente más beneficioso? 
La pregunta que todavía espera respuesta es si enseñar a los niños a controlar sus impulsos para "aprender a posponer las gratificaciones" tendrá algún valor justificable para su desarrollo como adultos responsables y exitosos. 
¿Qué piensan ustedes?