sábado, 30 de diciembre de 2017

Felices Navidades y próspero Año Nuevo 2018


El nacimiento que los cristianos celebran con la Navidad puede servir para recordarnos que nuestra vida tiene una dimensión trascendente, que no empieza en nosotros —hemos llegado hasta aquí de la mano de nuestros padres— ni acaba en nosotros porque todos le debemos algo a otros y esos otros, poco o mucho nos importan.
Este nacimiento nos recuerda también que estamos aquí fruto del amor de nuestros padres y del amor de muchos miles de personas que, con sus acciones, nos han llevado hasta donde estamos ahora. 
Cuando amamos a otros damos lo mejor de nosotros mismos, nos hacemos, nos encontramos y nos conocemos. Los demás son la ventana por la que vemos el mundo y el espejo en que nos descubrimos a nosotros mismos. 
Feliz Navidad a todos mis amigos y conocidos en Facebook, porque en la Navidad nos reencontramos y nos deseamos paz y amor.
Todas las cosas suelen tener varias lecturas. Una, la banal, la vulgar y otra, la que no se ve: nuestros deseos, nuestros planes para intentar hacerlos realidad y la respuesta de nuestros amigos, conocidos y saludados. Los pastores, nada dados a la abstracción y al razonamiento científico, no percibieron el frío y la suciedad (que José seguramente intentó solucionar sin mucho éxito), sino esas otras dimensiones, que son las que nosotros rememoramos en estos días.
Así pasa con nuestras vidas: está lo vulgar, y lo maravilloso y a veces increíble. Al felicitaros hoy con motivo de estas fiestas navideñas y el inminente Año Nuevo, quiero animaros a ver más allá de lo que nos inyectan los grandes medios de comunicación (siempre tan sesgados y tendenciosos) y de lo que perciben nuestros sentidos: la vida generosa de tantas personas, los propósitos de bondad que hacemos cada día, el deseo de aprender a ser mejores, que no siempre somos capaces de materializar… los planes de tanta gente que consiguen desarrollar contra viento y marea, gracias a la colaboración de otras gentes a veces no muy instruidas pero con un gran corazón y muy buena voluntad.
Nunca desaprovecho la ocasión para dejarme invadir por la Navidad, fiestas para buscar paz y alegría. Esto se consigue no con la tarjeta de crédito y un elegante árbol iluminado, sino con la buena voluntad de todos los que nos rodean. Y recordad que esto solo lo ve el que se atreve a entrar, a meterse en la escena, a comprometerse con la vida de los demás… Mirad a las personas, a todas, con ojos limpios, sin prejuicios, sin espíritu crítico, sin ánimo de vendetta y descubriréis cosas maravillosas: no porque ellos hayan cambiado, sino porque habréis cambiado vosotros. ¡Felices propósitos para el año nuevo!
Sí, la Navidad es época de buenos deseos. Pero también tenemos la experiencia de que los buenos deseos de la Navidad rara vez duran más allá de las primeras semanas de enero. Supongo que esto se debe a la falta de virtudes. Una virtud tiene un componente digamos intelectual, otro emocional y otro volitivo.
El aspecto intelectual nos dice por qué hemos de hacer algo: por qué he de ser leal, sincero, humilde… por qué he de perder peso, ser más ordenado, más puntual… sonreír más frecuentemente, interesarme de verdad por las cosas de los demás… Ese conocimiento nos ayudará a tomar una buena decisión: si no sabemos por qué la tomamos, o no estamos convencidos de que eso es bueno, el propósito no durará mucho.
El emocional sirve de espoleta, de detonador. Ver el sufrimiento del prójimo nos llama a la generosidad; sentir la vergüenza de que nuestros amigos vean el desorden de nuestra oficina nos animará a ordenarla. Pero lo más probable es que ese empujón dure poco. Si es de una sola vez, porque no nos acordamos más; si es muy frecuente, porque nos aburre o nos endurecemos o perdemos sensibilidad. Habitualmente, el subidón emocional tiene que traducirse inmediatamente en una reflexión y estudio y, muy pronto, en una decisión. Por eso los que venden por internet o por televisión te dicen que compres ahora, o que llames ahora, porque a ellos les preocupa poco la continuidad: y eso pertenece a la tercera dimensión.
La clave está en la “voluntad”: debo hacer tal cosa, y estoy decidido a hacerlo, y a hacerlo ya, poniendo toda la carne en el asador. Hay trucos que nos pueden servir. Uno es el examen frecuente. Otro, pedir la ayuda de alguien que nos exija o nos controle (antiguamente la gente ahorraba durante el año para tener dinero para las compras de Navidad, y lo hacía ingresando el dinero en alguna institución, con el encargo explícito de no devolver el dinero antes de, digamos, el 15 de diciembre). Es muy bueno fijarse metas pequeñas, muy concretas y a muy corto plazo. ¿Quieres ser más amable? Vete ahora a la oficina de al lado y pregunta a quien está allí cómo está, qué va a hacer en estas fiestas, si todos están bien en casa, etc. Y luego ponte otro objetivo para dentro de un rato, cuando llegues a casa; y para más tarde, cuando tengas tiempo para llamar a aquel pariente o vecino con el que prácticamente has perdido la relación… ¡Ah!, y como esto no durará mucho, vuelve a empezar. Otra vez. Sí, ya sé que has fracasado en los últimos veinte intentos, pero vuelve a empezar. Porque -y aquí está la clave- has de adquirir el hábito operativo de lo que sea: ser amable, bajar peso, dejar de fumar, dejar de auto compadecerte, sonreír siempre…
Sí, la Navidad es una época de buenos deseos. Pero algunos son eficaces y otros no. Es ley de vida. Lo importante es no desanimarse y persistir con voluntad. Porque seguramente te morirás desordenado, mal carado, impuntual o lo que sea, pero te morirás feliz, porque habrás pasado unos cuantos años de tu vida intentando ser mejor. Y, a diferencia de las olimpiadas humanas, el premio —la felicidad en esta tierra, y tal vez en a otra si eres creyente— no se promete al que siempre triunfa, sino al que lo sigue intentando hasta un rato antes de morir. ¿No te lo crees? Bueno, haz la prueba. La felicidad no es una hoja de servicios intachable y, por tanto, imposible, sino la humildad de volver a intentarlo cada día. Y esto está al alcance de todos.
Nadie, ni siquiera Dios, te puede asegurar el éxito en tu vida, pero si lo intentamos una vez y otra, tendremos muchas más probabilidades de conseguir nuestros sueños. Y, entre tanto, nos habremos hecho mejores, porque nos hacemos mejores cuando tratamos de hacer mejores a los demás.
Muy feliz Navidad a todos y que el próximo 2018 logréis asentar el hábito de emprender voluntariosamente vuestros proyectos.
Una abrazo,
Juan