viernes, 6 de octubre de 2017

El círculo vicioso

Cicerón reconocía la imposibilidad de llegar al conocimiento absoluto y pensaba que si alguien deseaba actuar, debía hacerlo entendiendo que los principios que guiaran su acción, serían siempre problemáticos. Actualmente estamos viviendo en Catalunya una buena prueba de ello. 
Decía también Cicerón que “Nada es tan hermoso que conocer la verdad y nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”. Ya hace un tiempo que, para los ciudadanos de a pie, es extremadamente difícil conocer la “verdad” sobre lo que está aconteciendo a nuestro alrededor. También es dificilísimo mantener la racionalidad para poder analizar críticamente los “hechos”. Unos hechos que difícilmente pueden valorarse en toda su amplitud, si pretendemos hacerlo solo con nuestras propias experiencias sesgadas por nuestros particulares prejuicios y juicios de valor.
La convocatoria del Referéndum de Independencia de Cataluña ha desembocado en una situación absurda y deprimente. En un bando, un Govern Català, elegido desde una mayoría de representantes de formaciones independentistas que gobiernan en coalición (Junts pel Si) y dominan las votaciones en el Parlament con sus 72 diputados (Junts pel Si y CUP) que representan algo menos del 50% de los votos en las últimas elecciones. En el otro, el Gobierno de España, que gobiernan con una mayoría simple (134 escaños 38,28% obtenidos a partir del 33,03% de los votos) y consiguen llevar a cabo sus políticas con acuerdos puntuales en el Congreso de los Diputados. Es fácilmente constatable que el apoyo al independentismo en Catalunya ha crecido hasta máximos históricos sin que el Gobierno de España haya hecho nada efectivo por evitarlo. No me refiero, como algunos “dinosaurios” han hecho, a haber aplicado antes el Art. 155 y a haber enviado antes el ejército a Catalunya para “reconquistar” a los catalanes díscolos, sino a que hubiera dialogado lealmente para buscar y encontrar un encaje consensuado en España para las naciones catalana y vasca. 
No basta con que el Presidente del Gobierno Español repita cansinamente que está abierto al diálogo, mientras compañeros suyos de grupo parlamentario y de partido azuzan a las masas españolas para inocularles un sentimiento anticatalán. Lo deseable sería que se comportase como un estadista y que como máxima autoridad ejecutiva en España hubiera llamado al President de la Generalitat para que asistiera a una reunión para hablar del “Problema Catalán”. Me siento engañado o al menos percibo un intento de manipulación por su parte que cuando el President Puigdemont le dice quiero hablar de todo el Presidente Rajoy le responda: “primero decline de su actitud, incumpla el mandato democrático que le dieron sus votantes y cuando lo haya hecho, podremos en un futuro hablar”. Si el Govern de la Generalitat no debe poner si ne qua non al diálogo, tampoco debería poner condiciones previas el Gobierno de España para empezar a hablar. ¡Hablen! Y hablando, hablando ya irán saliendo los temas y ya irán consensuando después las “propuestas que cada uno haga”. Tal vez hubiera sido bueno explorar allá por el 2011 una especie de “federalismo asimétrico” en que cada gobierno nacional fuera responsable total de la gestión, que garantizara la aplicación de los estatutos en cada nación (o nacionalidad que es lo mismo) haciendo innecesarias las negociaciones/acusaciones/peleas continuas con el Estado central e impidiese el incumplimiento de los acuerdos, como ha venido sucediendo en las últimas décadas. En lugar de esto, con las pilas Duracell bien cargadas, el Presidente y sus ministros se han dedicado primero a despreciar la creciente desafección de cientos de miles de catalanes, demostradas en multitudinarias manifestaciones y se ha negado continuamente a pactar cualquier tipo de solución negociada. Ni siquiera ha permitido que se pudiera celebrar una consulta y menos un Referéndum acordado, para que los ciudadanos catalanes pudieran escuchar los planteamientos de los diferentes grupos parlamentarios sobre las opciones políticas que defendían, ni a grupos de expertos que expusieran los pros y contras de permanecer en España y los pros y contras de plantearse una eventual separación. Nada de esto permitió obcecadamente el Gobierno de España y dejó que la desafección que informó el President Montilla siguiera creciendo en Catalunya. 
Hasta el momento lo que ha pasado es que como el Govern Catalá no ha cumplido con la “condición previa que le ha impuesto el Gobierno de España, no han empezado ni siquiera a hablar y la situación se ha podrido cada día más.
Después de más de cinco años de inmovilismo, en los que el Gobierno español empezó negando el problema, después se burló de los catalanes que pedían decidir sobre su futuro político y les tildó prácticamente de locos, el “asunto” finalizó con una declaración de guerra legal, intervención encubierta de las finanzas de la Generalitat y uso no proporcional de la Guardia Civil contra las personas y enseres para intentar reprimir un “Referéndum”. Un Referéndum que se pareció más a una reafirmación de la voluntad mayoritaria de hacerlo, que a un “Referéndum con todas las garantías y como siempre se han hecho los referéndums en España”.
A pesar de toda la maquinaria del Estado que el Gobierno de España puso en funcionamiento y de haber hecho todo lo que estaba en su mano (así avisaron que lo harían) muchos cientos de miles de catalanes introdujeron papeletas en urnas. Otros muchos que en condiciones normales hubieran votado, se quedaron en casa: por miedo unos y por estar en contra de participar en un Referéndum sin garantías otros. El referéndum no pudo encajar, ni encajó en las reglas democráticas vigentes porque no se pudo celebrar el debate previo extenso y riguroso que requería un asunto tan importante durante la campaña electoral. Porque no pudo disponerse de un censo controlable informáticamente para impedir la duplicidad de voto. Porqué no se pudo garantizar la posibilidad de acceder a los colegios electorales libremente y con seguridad. Muchos votantes quedaron atemorizados por las cargas policiales desproporcionadas que vieron en la televisión: vieron que la Guardia Civil que rompía puertas, saltaba muros, retiraba urnas con votos dentro, retiraban papeletas, pegaban con sus porras de forma nada proporcional, etc. Además no había interventores de partidos políticos que defendían el NO o estaban en contra de que se votara, que fiscalizaran el correcto desarrollo del voto y del recuento del mismo, no había presidentes de mesa ni vocales de todas las filiaciones políticas (la mayoría eran voluntarios de organizaciones que defendían el SI), hubo un cambio de las reglas de votación durante la jornada como si se jugara a “ser más astuto” que los demás, etc. No se pudo realizar un Referéndum con las mínimas cualidades democráticas. Todo esto sucedió no por negligencia del Govern de la Generalitat que organizó el Referéndum, sino porqué el Gobierno Español utilizó todos los medios del Estado, que tiene a su disposición, para que ningún catalán que quisiera hacerlo depositara su voto en una urna el día 1-O en Catalunya: Mandó miles de efectivos de Guardia Civil y Policía Nacional, incautaron papeletas, propaganda electoral, prohibieron que se realizaran debates televisados y que se publicara cualquier tipo de publicidad, intervino las finanzas de la Generalitat, el Centro de Telecomunicaciones, los fiscales actuaron y el Tribunal Constitucional paralizó cautelarmente todo lo que oliera a Referéndum, etc.
¿Sólo por eso ers Presidente? ¡Que pena!
El Govern de la Generalitat no representa a una mayoría cualificada de catalanes y el Gobierno del España tampoco representa a una mayoría cualificada de españoles (mucho menos que el Govern de la Generalitat). Legalmente las cosas están claras, pero no lo están políticamente. Cada uno personalmente deberá valorar lo que le parecen los hechos presentados en su intimidad…
Deberá responderse a si mismo ¿Cómo se explica que los que tienen el “poder”, aunque no el derecho democrático para impedir que otros decidan su futuro, usen la fuerza para impedirles que se expresen democráticamente y se vean obligados a hacerlo en condiciones tan precarias, que condicionan las garantías necesarias de la “consulta”?
Estos días, desde la opción independentista catalana, se propaga el pensamiento de que no hay otra forma de defender las tesis independentistas, sin enfrentamiento con un Estado cuyo Gobierno se niega a debatir el tema y ni siquiera acepta ninguna mediación externa para “empezar un diálogo sin condiciones previas por ninguna de las partes” y resolver el clima de enfrentamiento entre gobiernos elegidos democráticamente. Por ello trasladan el enfrentamiento a los catalanes y a los españoles. En Cataluña se moviliza a la población para que salga a las calles y proteste contra la intolerancia y el trato que reciben del Gobierno de España. El Gobierno de España y los que permiten que gobierne en minoría y con diversos grados de implicación, animan a colgar banderas nacionales en los balcones y a realizar concentraciones por la unidad del territorio. El peligro ya no asoma, se exhiben los “símbolos” convertidos en armas arrojadizas en lugar de usarlos como elementos de cohesión. Se difunden las tesis que los abanderados de cada extremo quieren hacer mayoritarias: si no gritas “Viva España” no eres un buen español, si no quieres que se celebre el referéndum no eres un verdadero demócrata, si no vas a votar y votas SI, no eres un buen catalán y no quieres a tu tierra. ¡Todo falso!.
Los que utilizan su poder de representación para fomentar el enfrentamiento de unos ciudadanos contra otros dentro y fuera de Catalunya en lugar de buscar soluciones, no son demócratas ni protegen el Estado de derecho, ni la ley ni el orden. Son unos irresponsables. Y estos grandes irresponsables son los que han podrido o han dejado que se pudra la situación hasta llevarnos a un punto de alta tensión y difícil convivencia.
A los que piden un debate profundo y sereno sobre la reforma de la Constitución, para pueda admitirse legalmente el “Estatut que votaron los catalanes” y se aprobó en el parlamento español, nadie les escucha.
¿Por qué no se escucha a los que no creen en un referéndum mal ejecutado y desean que se presione sin tregua a los representantes políticos y a sus partidos para que exijan al Gobierno que “dialogue para explorar un entendimiento de las demandas de una mayoría de catalanes”? 
No hace falta pensar mucho para entender que si llegamos a un punto en que le legitima a cualquier grupo de ciudadanos, por grande que sea, para desafiar por la fuerza las sentencias de los tribunales e impedir su aplicación, ninguna ley ni ninguna resolución judicial estaría libre de duda, y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos que quisieran imponerle su voluntad. También hay que asegurarse que todo el mundo sea escuchado en sus reivindicaciones y que funcionan eficazmente los mecanismos para poder realmente cambiar las leyes para que ningún grupo esté preso por una legislación inamovible. Para conseguirlo se precisan demócratas de “hecho”, no sólo de palabra. Demócratas son los que creen en el consenso y lo buscan incansablemente. Son demócratas los que son capaces de ceder en su postura en favor del bien común y de la estabilidad social. En cambio, bajo ningún concepto podrán llamarse demócratas los que utilizan su poder de representación para fomentar el enfrentamiento en lugar de buscar soluciones. Los que así actúan son unos estúpidos irresponsables o unos demonios maléficos.
Elegimos a nuestros gobernantes para que hagan frente a los problemas de convivencia y justicia y no para que nos generen nuevos problemas e injusticias… Las leyes han de ser herramientas al servicio de la justicia, nunca han de ser vistas ni utilizadas como armas para imponerse solo por el hecho de ser leyes.
En todo proceso que busque el entendimiento y no la sumisión incondicional, debería rechazarse la violencia verbal y más la física. El diálogo leal y sincero es el único que puede permitir que no se altere más el ambiente y se llegue al desastre en las familias y en la sociedad.
Una cosa es como le gustaría a cada uno que fueran las cosas, otra es como son o como podrían llegar a ser si se aplicara inteligentemente las fuerzas y debilidades de que se dispone en cada momento y lugar. 
En el fragor de la confrontación, la mayoría hemos usado un estilo dialéctico que ha causado enfado a nuestros vecinos. Lo mismo podría decirse de los mensajes que nos ha llegado desde las redes sociales, los Whatsapp, los correos o en conversaciones personales que han ido subiendo de tono hasta llegar a ser desagradables. Si queremos salvaguardar el talante catalán, democrático y dialogante, que nuestros antepasados se ganaron a lo largo de los siglos, debemos ser honestos y razonables. Esto no quita que seamos firmes en nuestra reivindicaciones para que puedan abrazarlas la mayoría de catalanes y españoles. Los extremismos y la testosterona sólo beneficia a los extremistas y hace que todos perdamos mucho y no consigamos nada.

Las empresas hace años que estudiaron sus planes de contingencia ante lo que vieron que se avecinaba. Lo hicieron porqué su principal deber es estar atentos a las demandas de la sociedad, preservar su capital y la continuidad en la generación de beneficios. Archivaron esos planes para poder desarrollarlos rápidamente si llegado el momento se necesitaban. El dinero dicen que es como un perro rottweiler que, cuando las cosas van bien no se separa de ti y te protege intimidando al que ose meterse contigo; pero cuando van maldadas, sufre una ágil transformación. Se transforma en un caniche que se mea en tu pierna y empieza a correr despavorido sin importarle lo más mínimo todas las promesas que te pudo hacer en los tiempos de bonanza.
Los ciudadanos de a pie no suelen diseñar planes de contingencia para sus vidas. Simplemente reaccionan a los acontecimientos, y demasiadas veces lo hacen sólo guiados por las emociones, que los grupos de poder les inducen a aflorar cuando les conviene. No suelen ser conscientes de sus fortalezas, sus debilidades y sus necesidades futuras, ni las consecuencias que provocará su decisión respecto al sentido en que circule el tren al que se quieren subir; muchas veces seducidos por las invitaciones de otros pasajeros que no les ponen contras y ríen sus gracias. No son conscientes de los medios con que cuentan para abordar el viaje, ni siquiera son conscientes de como podrá ser el lugar al que les llevará el tren, ni en que condiciones llegarán ellos y los que de ellos dependen. Si esperan a reaccionar cuando vean materializarse los acontecimientos, ya será demasiado tarde. Las decisiones importantes deben ser muy meditadas, porque si se toman contagiados por la euforia del momento, suelen acabar en fracaso. Ya dicen que quien no sabe a donde quiere ir, suele acabar donde otros le lleven.
La situación social, económica y de bienestar en Cataluña no es ni mucho menos como podría haber llegado a ser con un Gobierno que hubiera actuado de forma más justa, leal y dialogante. Se ha degradado mucho en los últimos 10 años, (nadie tiene la culpa al 100%, aunque objetivamente unos políticos la tienen más que otros) pero no tanto como para impulsar una “revolución” en masa de catalanes o españoles. Con lo indignados que estaba gran parte de la población hace ya más de seis años (15M) y miren lo que se consiguió: dividir las izquierdas y mientras las derechas se mantenían en el poder. Los partidos que gobiernan o tienen posibilidades de gobernar en España (simples “manijeros” de la UE) se permiten amenazar y conminar a que los independentistas bajen la cabeza y declinen seguir con el intento de secesión. De forma similar actúan con todos los que osan protestar por sus políticas antisociales en toda España. Les ridiculizan y los ignoran mientras siguen gobernando a golpe de decreto e instrumentalizando la justicia.
En Catalunya, el conflicto estalló principalmente por un problema de redistribución injusta de los impuestos y las inversiones públicas, seguido en importancia por una creciente falta de respeto a la sensibilidad identitaria de muchos catalanes. Por supuesto ha habido muchos más problemas de entendimiento, una falta total de diálogo y búsqueda de acuerdos entre los partidos gobernantes, que a pesar de haber sido socios durante muchos años, y todos ellos han dejado que los problemas se pudran hasta llegar al estallido actual.
Puede que pensemos que nuestros gobernantes son idiotas por naturaleza, pero los votamos nosotros de entre todos los que se presentan a las elecciones. Es la clase política que entre todos hemos sido capaces de generar . Cada uno tendrá sus razones, o no, para votar a quien ha votado o para no querer que se vote. Tal vez la solución pase por encontrar una manera inteligente de recuperar la capacidad de los ciudadanos-votantes de funcionar y de decidir colectivamente, para que dejemos de «hacer los idiotas» limitándonos a mirar sólo nuestros intereses particulares, como hemos venido haciendo desde hace muchos, muchos años. Ya lo dice un dicho antiquísimo: “Si yo estoy harto, que se jodan los que esperan la comida”. Y seguimos sin entender que pensando de esta guisa, más pronto que tarde nos encontraremos en un callejón sin salida y entonces será tarde para las lamentaciones.
Sólo una negociación puede restaurar la calma y debe comenzar de inmediato. Incluso ahora, muchos catalanes aceptarían una mayor autonomía, incluyendo la facultad de establecer y recaudar sus propios impuestos, más protección para el idioma catalán y algún tipo de reconocimiento de los catalanes como “nación”. Incluso se podría valorar la idea de convertir a España en un estado federal asimétrico.
Cualquier acuerdo, sin embargo, debería incluir la opción de un referéndum acordado para consultar a los catalanes sobre la independencia. La separación sería un cambio desgarrador para Cataluña y el resto de España, por lo que, aunque se tenga mucha prisa, no se puede hacer a la ligera. 
El Gobierno de España debe cejar en querer “vencer por la fuerza” como intenta siempre, aunque en toda su historia fue perdiendo a todas sus colonias una detrás de otra. Debe conquistar a los catalanes que están hartos de su comportamiento seduciéndolos con ofertas justas y cumplirlas. Si lo hace, todos sabemos que seguramente se perdería un Referéndum de Secesión como sucedió en Quebec y en Escocia.
¡Vísteme despacio que tengo prisa!