miércoles, 9 de agosto de 2017

¿Por qué rechazamos las cosas de las que no sabemos nada?

Quienes no leen, no son inteligentes y ni quieren serlo; y mejor deberían estar callados y no presumir de que son “ignorantes”. Ir por la vida pregonando que no hojean ni siquiera un tebeo es imprudencia temeraria que puede ocasionarles graves consecuencias para su salud mental y física. También perjudicar el bienestar del resto de conciudadanos porqué estas miríadas de “ignorantes perdidos” también votan y eligen gobernantes. Quien lee inteligentemente tiene la oportunidad de volverse mucho más inteligente y más empático. Por ello, es alucinante que no haya mas personas que cultiven algo tan elemental, sencillo, barato y que está al alcance de todos, como es la lectura. 
Hay personas que tenemos por inteligentes y no han leído un libro en su vida. Incluso se vanaglorian de ello, ya que consideran que son inteligentes por no haber leído jamás. También hay sujetos avispados que llegan a ostentar cargos tan importantes para el destino de la sociedad, que proclamaran sin complejos que no suelen leer nada de nada, sólo porque queda muy bien decirlo; sin ser conscientes de que establecen una correlación intrínseca entre no leer y acceder a cargos públicos. Otra cosa es que haya gente que no lea asiduamente, pero utilice medios ajenos a la lectura para ejercitar su inteligencia. Una discusión con los demás que —sobre todo si no piensan como tú— puede azuzar tu ingenio más que diez libros leídos, sobre todo si se lee de carrerilla y sin reflexionar sobre lo que nos ha contado el autor del escrito.

Prestar atención y entender lo que dicen los demás y, sobre todo, interpretarlo bien, es un ejercicio intelectual que ayuda a mantener despierto al cerebro, lo anima a pensar más y mejora el respeto a las diferencias y ayuda a integrarlas en nuestra vida sin ningún sofoco.
Demasiadas veces sucede que sólo con ver el nombre de una página en Facebook, la dirección de una web, el título de un artículo o el nombre del que lo firma, basta para que “saltemos” a otro lugar y no dediquemos ni un minuto a verlo o leerlo. A menudo, un texto demasiado largo, disuade a muchas personas de leerlo, aunque sea sólo las primeras líneas. A muchos usuarios de las redes sociales, su “apretada agenda” sólo les deja tiempo para escribir y leer algunas onomatopeyas, y con el tiempo van perdiendo la capacidad de concentración y la habilidad para deleitarse con textos más largos.
¿Porqué tanta gente rechaza la invitación a leer un texto de más de quince palabras y muchos más a escribir un comentario? La mayoría sólo cotillea y agradece una simple infografía o una foto que pueda responderse con poco más que un monosílabo, o un emoticono. ¿Por qué se resisten a entender que leer y escribir nos vacuna contra la ignorancia?. Tal vez tienen miedo a saber…
No podemos decir que no nos gusta algo antes de probarlo o tener al menos una referencia de una persona experta en el tema y en cuyo criterio confiamos. Los que rechazan leer un texto sin siquiera leer los primeros párrafos, actúan como aquellos niños que se niegan a probar por primera vez la crema de calabacín, porque la ven verde y se les sirve en un plato hondo o en un bol. Si esa misma crema se pudiera chupar del interior de una bolsa plástica de colorines, promocionada en TV, que previamente hubiera salido de una máquina expendedora, seguro que les encantaría. Esta supercomprobado que el poder persuasivo de los medios de comunicación, que condicionan a los niños desde bebés, no tiene límites. 
Cada vez más se puede constatar la evolución del hombre hacia los conocimientos y el aprendizaje que, a lo largo de siglos, le ha hecho ir tomando protagonismo en el mundo, y ha sido el motor de muchos descubrimientos. Producto de la incapacidad y de la ignorancia, demasiadas veces, el hombre ha actuado como motor de destrucción, de violencia, y desidia. Aún con ello, también podemos encontrar grandes hombres que, a lo largo de la historia, han elogiado la ignorancia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se refieren a ella como algo indispensable para el progreso, la satisfacción de deseos, la autorrealización, la felicidad, la educación, el logro del éxito… Estoy de acuerdo con ellos, porque la ignorancia —a todos nos adorna en mayor o menor medida— es un incentivo para aprender algo nuevo cada día. Lo que si es fundamental es tener los ojos de nuestra mente abiertos y poseer el don de maravillarnos y de entusiasmarnos por aprender siempre e intentar así ignorar cada vez menos cosas. 
Para solucionar los conflictos, es fundamental estar abierto a entender, y para ello uno de los principales obstáculos es el miedo a sentirse torpe; por ejemplo, cuando no se pregunta por temor a hacer el ridículo, a ser considerado ignorante especialmente frente a los demás, pero también consigo mismo. Es muy importante resolver ese temor, pues la mente tiene que partir de ese estado de no saber para entender cosas nuevas.
Una vez leí un escrito de un erudito de la cultura y el conocimiento en el que explicaba que sólo el cinco por ciento de la gente “piensa” regularmente, otro diez por ciento de la gente piensa que “ellos si piensan” aunque no sea del todo cierto, y el otro ochenta y cinco por ciento preferirían morir antes que pensar. Si fuera cierto, es más fácil entender que puedan darse algunas de las grandes manipulaciones y engaños que nos asombran periódicamente.
En nuestros lares, los próximos dos meses serán diferentes a los del pasado verano. Nos asolará una inusual avalancha de “informaciones” sobre temas relativos al referéndum de independencia que el Govern de la Generalitat de Catalunya afirma que se celebrará Si o si, y que el Gobierno del Estado asegura que no se celebrará bajo ningún concepto. 
Es sabido que la inspiración que producen algunos “escritos”, suele depender de la ignorancia de las personas que los leen. Por ello es importante tener en cuenta lo que dijo Abraham Maslow : “No es normal saber lo que queremos. Es un logro psicológico poco común y difícil de alcanzar”. Sin embargo, el camino es muy entretenido, porque durante toda la vida estamos condenados a tomar decisiones y cuando dejamos de tomarlas, entramos en el vasto mundo de las “excusas”, en el que nos afanamos a culpar a los demás de todo lo malo que nos pasa. Por experiencia sabemos que este comportamiento no sirve de nada y no consigue más que auto engañarnos. 
Como no nacemos ni “completos” ni enseñados, durante toda la vida nos hará falta aprender cosas que no sabemos y entender cosas que no comprendemos. Decir “no se” es reconocer la ignorancia desde el mejor lugar, sin que implique mostrarse vulnerable, incompleto o ineficiente; y aunque así fuera, es mejor ponerse una vez colorado que permanecer sin color toda la vida. El temor a sentirnos torpes nos aparta de situaciones en las que podríamos disfrutar aprendiendo, incluso en muchas ocasiones nos puede imposibilitar para entender cosas, que son imprescindibles para resolver nuestros problemas.
Por mucho que alguien haya estudiado en la vida y por muchos títulos que haya conseguido, nadie lo sabe todo y nadie debería terminar nunca de aprender. Si hay curiosidad por saber más y voluntad de aprender, siempre encentraremos algo que desconocemos o a alguien que nos puede enseñar algo que no sabemos. Este es un camino que dura toda la vida y cuyo recorrido produce grandes satisfacciones, porque al igual que el bailarín no busca llegar pronto al otro lado de la pista, sino disfrutar con cada paso y figura que realiza, el aprendiz perpetuo disfruta con cada conocimiento que descubre. 
El esfuerzo no debe preocuparnos porqué, si se está despierto y receptivo, aprender de forma natural pronto se convierte en un hábito. La práctica asienta lo aprendido. El fracaso no debe darnos miedo porqué, la mayoría de las veces, simplemente sucede que la opinión que alguien tiene sobre nuestra performance, en un momento determinado de nuestro camino en la vida, no coincide con nuestra percepción. Cuando ese alguien nos critica o desprecia, la mayor parte de las veces se está describiendo a si mismo, no a nosotros. 
Si creemos que una idea funcionará, veremos oportunidades; y si creemos que no lo hará, sólo veremos obstáculos. Por ello debemos procurar que las preocupaciones no nos mantengan inmovilizados e incapaces de ocuparnos de los problemas, y de buscar las mejores soluciones que tengamos a nuestro alcance. 
Lo peor que nos puede pasar es que pensemos que lo sabemos todo de algún tema y dejemos de escuchar al que nos lleve la contraria, en lugar de interesarnos porque nos explique sus razones para pensar como piensa y para actuar como lo hace. Wayne Dyer define la ignorancia voluntaria, a la que nos deja fuera de los espacios de aprendizaje, a aquella que aparece como rechazo a decir “no sé”.
Muchas veces se pierden las oportunidades de reconocer, descubrir, asombrarse y disfrutar de conocimientos, lugares, comidas, roles, y miles de otras posibilidades, por no abrirse a aprender algo distinto de lo habitual. Lo calificamos de anormal, y con toda clase de sinónimos peyorativos, simplemente porque es distinto de lo que siempre se ha hecho en nuestro entorno. El conocimiento propio como defensa contra el mundo, la rigidez de pensamiento, el aferrarse a lo que siempre se hizo así, son trampas que parecen cómodas y sin embargo son jaulas que nos separan de la libertad de pensamiento, de las elecciones libres, de conocer lo novedoso. Siempre se puede aprender mucho más a través de la acción, porqué poniendo en práctica las ideas, reforzamos lo aprendido y además nos ayuda a mejorar nuestro pensamiento.
Es muy fácil —aunque no se si conveniente— ser estables, siempre prudentes y estáticos. El problema es que en nuestro camino por la vida encontramos confusión, incertidumbre, y altibajos emocionales. Sólo queda aceptar estas situaciones, sobre las que no podemos hacer nada. Si no aprendemos a desligarnos del anclaje que nos causan, interferirán en todas las cosas donde si podemos hacer mucho y que son las que realmente nos permiten superar los baches que encontramos en nuestro camino vital.
Reconocer que no sabemos algo produce un estado de apertura mental y genera la curiosidad necesaria para aprender. Por supuesto, esto no implica dejar de ver la realidad, al contrario; una mente sin temor es más capaz de percibir mejor la realidad tal cual es, podrá identificar lo que está mal y actuar con firmeza si es necesario para darle solución. Con firmeza pero sin odio, con inteligencia.
Resolver el temor a no saber y al menosprecio, pienso que nos vuelve más inteligentes, amables y comprensivos, con nosotros mismos y con los demás.
Os dejo una infografía sobre la ignorancia para que podamos meditar… y actuar.
¡Feliz verano!