lunes, 30 de enero de 2017

El muro mejicano: la trampa del mago


La polémica del muro –ese que construyó Bill Clinton y reforzaron Bush Jr. y Obama sin que nadie dijera nada- ha hecho saltar de nuevo el miedo a una nueva “guerra comercial”. (ver anexo)
Los medios de comunicación se centran en los riesgos y el impacto de una ruptura de relaciones comerciales entre EEUU y México y no nos explican nada sobre el riesgo y el impacto que tendrá para nosotros la superalianza fiscal y comercial anglosajona (USA + UK + British Commonwealth of Nations) ni sobre las oportunidades que puede representar para nosotros. Las cifras en juego son relevantes, pero hay que tener en cuenta que EEUU exportó en 2015 a México 267.000 millones de dólares, e importó 316.400 millones de dólares. Por lo tanto, el déficit comercial con México fue 49.200 millones de dólares. Según Trump, casi 60.000 en 2016. Sobre estas cifras deberíamos tener en cuenta que:
1.- 12.500 millones de dólares vienen por importaciones de crudo. Esa cifra se ha reducido a la mitad por la caída del precio del crudo Maya y el aumento de producción local de EEUU.
2.- Casi un 40% de ese déficit comercial viene de empresas norteamericanas que producen en México y venden en EEUU.
Según esto, se puede decir que los riesgos para las dos economías son muy relevantes, nadie ganaría claramente. Otra cosa es que se renegocien los acuerdos y se llegue a una solución que sea beneficiosa para todos, que es lo lógico.

La oportunidad para Méjico

¿Saben que México es uno de los países con mayores redes comerciales con el mundo?. Cuenta con doce Tratados de Libre Comercio con 46 países y ello es una importante diferencia con otros países que tienen menos apertura comercial.
Pero la mayor oportunidad para México podría ser desempolvar la reforma energética y recuperar la producción de petróleo atrayendo inversión extranjera, concediendo licencias a operadores eficientes internacionales, fortaleciendo y abriendo Pemex a la inversión extranjera, reduciendo costes para que sea un operador de alto valor añadido y mayor productividad.
No hay mal que por bien no venga, y un susto como este episodio debe ser una oportunidad para reactivar procesos de mejora de la economía, aprovechando la gran ventaja de los tratados comerciales ya firmados, para orientar la economía mexicana a ser un país petrolero que huya del rentismo y la ineficiencia, que evite que Pemex se convierta en otra PdVSA (la petrolera venezolana, arruinada por el chavismo) y que se abra la economía con contratos y concesiones más atractivas para la inversión… Porque cualquier geólogo sabe que el potencial del petróleo es espectacular –reactivar Catarell, potenciar exploración, recuperación más eficaz–. Pero en gas pizarra, el potencial de México es enorme, ya que en la franja norte se extiende el tesoro que ha desencadenado la revolución energética de EEUU.  

La oportunidad de Europa

Theresa May fue ovacionada en Philadelphia cuando recordó que la relación entre EEUU y Reino Unido es especial y que seguirán liderando el mundo.
Theresa May promete convertir a Reino Unido en el Singapur de Occidente. Las palabras de Moscovici y Schaeuble regañando al Reino Unido diciendo que "¡No pueden bajar impuestos!"… ni "¡Cerrar tratados bilaterales!" han sentado como un jarro de agua fría a los defensores de mantenerse en la Unión Europea. Parece que en la UE se han unido a la campaña por el brexit.
La fortaleza de EEUU y Reino Unido, si se pone en marcha la revolución fiscal anunciada, reside en la atracción de más de 95.000 millones de dólares fuera de la Unión Europea –según Nomura– y convertirse en centros globales de inversión. No se le escapa a casi ningún analista del mundo que no es difícil aprovechar las debilidades de la Unión Europea en burocracia, altos impuestos y riesgo político para captar oportunidades de inversión globales.
Con un reto como ese, la Unión Europea no puede usar su tradicional “política del avestruz” —que tan bien conocemos en España— y enrocarse en un modelo que va en sentido contrario a los países líderes. Se deben poner en valor las indudables ventajas del mercado único y la Unión pensando en la competitividad, la creación de empleo y la atracción de inversión, demostrando que somos mejores.
La oportunidad de México, hacer de un riesgo una oportunidad, es exactamente la misma que tiene una Unión Europea, donde ya es más que evidente que replicar el dirigismo francés y ser un infierno fiscal no es precisamente el camino para el crecimiento. La Unión europea se torpedeó a sí misma haciendo los costes de la energía casi el doble de caros que los de EEUU, pero eso puede cambiar. Lo mismo con las trabas burocráticas y fiscales.
El “enemigo exterior” es muy goloso para el burócrata. Si no funciona, se le echa la culpa a los malvados extranjeros de que no funcione el plan. Pero los retos globales se pueden convertir en grandes ventajas cuando pensamos en las familias y las empresas. 
La Unión Europea, como México, cuenta con un enorme superávit comercial, excelentes empresas y grandes profesionales. Es hora de cambiar el chip. Contra el proteccionismo, más comercio. Y decir “viva la competencia”, que hay mucho margen en la UE para bajar impuestos y dejar de ahogar a empresas y familias.
Olviden el muro. Ya existe, aunque sea de hojalata-tele metálica y haya algún agujero por donde se cuelan cuatro descamisados. Es un subterfugio. Lo importante es la alianza fiscal y comercial que se está tejiendo entre las potencias líderes. Para afrontar ese reto, más Unión Europea de verdad, más trabajo, menos burocracia y más competitividad.
Este es el reto más importante para todos y para afrontarlo: más Unión Europea de verdad, más trabajo, menos burocracia y más competitividad.
¿Estarán a la altura los líderes europeos? ¿Lo estaremos todos?

Texto inspirado en “Olviden el muro. La oportunidad de México… Y de Europa” de Daniel Lacalle

ANEXOS:
Guerra comercial
El Banco Mundial estima que las bajadas de impuestos de Trump podrían ser el revulsivo que necesita la economía global para recuperar el crecimiento, mientras el equipo de economistas de Deutsche Bank considera que dichas medidas son las que deberían llevar a cabo en la Unión Europea, y estima que podrían duplicar el crecimiento real del PIB en Estados Unidos. Michael Spence, premio Nobel, también apuntaba un impacto similar esta semana.
La evidencia de las bajadas de impuestos para aumentar el crecimiento es demoledora. El ejemplo de más de 200 casos en 21 países demuestra que son mucho más efectivas las bajadas de impuestos y reducciones de gasto, a la hora de incentivar el crecimiento y la prosperidad, que los aumentos de gasto. Estudios de Mertens y Ravn (The dynamic effects of personal and corporate income tax changes, 2012), Alesina y Ardagna (Large changes in fiscal policy, taxes versus spending, 2010), Logan (2011), o el FMI concluyen que en más de 170 casos el impacto de bajadas de impuestos ha sido mucho más positivo para el crecimiento. Pero hay que gastar menos.
¿Conocen este dato?: En el caso de Trump, esas bajadas en el Impuesto de la Renta implican que los ciudadanos que ganen menos de 25.000 dólares anuales no paguen IRPF, los de menos de 75.000 dólares, lo hagan sólo al 10%, entre 75.000 y 225.000 dólares, al 20% y para el resto, al 25%. La mayor bajada de impuestos de la historia supondría en las rentas más bajas casi duplicar su renta disponible actual. No lo conocían ¿verdad? Es que los periódicos no hablan de estas cosas. Sólo repiten que Trump es muy malo y se le ha ido la olla.
El Impuesto de Sociedades, al 15%, se añadiría a un incentivo de repatriación de capitales en el extranjero con una tasa del 10%. Goldman Sachs estima que EEUU repatriaría más de 1 billón de dólares (casi equivalente al PIB de España) con esa política.
¿Cómo se financiaría? Con aumentos de eficiencia en el gasto por Sanidad, eliminando y sustituyendo el desastroso coste del Affordable Care Act (Obamacare) aunque aumenta en 600.000 millones de dólares las ayudas sociales. ¿Cómo? Reduciendo la administración eliminando regulación y partidas innecesarias. El plan de infraestructuras, del que tanto se ha hablado, no aumentaría el gasto público porque sería financiado por el sector privado vía deducciones fiscales e ingresos por tarifas y peajes.
Parece que el efecto en déficit fiscal sería cero con un aumento adicional del crecimiento de la economía de 1% anual.
Pero algunos cuestionan, y eso es bueno, el impacto. El Instituto Peterson estima menores ingresos de 2,85 billones de dólares por la reforma fiscal y mayores gastos en defensa de casi 1 billón de dólares en 10 años. Un 25% de aumento de deuda.
Otros estudios estiman que recortar un 1% planes de gasto anual que se habían disparado, generaría 750.000 millones de dólares adicionales en 10 años. Los ingresos por Impuesto de Sociedades se mantendrían por aumento de la actividad económica y la repatriación de inversiones. Un aumento de los salarios reales reduciría el coste en el impuesto sobre la renta en un 35%. Ello generaría un aumento cero en términos nominales de deuda.
Pero, ¿cómo se reduciría la deuda sobre el PIB? Con el efecto de una inflación superior a la actualmente esperada, un crecimiento real mayor, alcanzar la independencia energética en 2019 –eliminando trabas a la exploración y producción además dispara la inversión- y, muy importante, el efecto aspirador de salida de capitales de mercados emergentes hacia Estados Unidos ante la fortaleza del dólar. El “secreto” de Trump es que la economía de mercados como China será tan frágil que los billones de dólares de capital que se fueron a países emergentes desde 2009, volverán al país.
Muchas incógnitas y muchas incertidumbres, que la realidad deberá poner en contexto. Pero lo que ha demostrado el pasado es que gastando más y subiendo impuestos no se reduce la deuda. EEUU aumentó un 121% la deuda en ocho años con Obama (lean “El legado de Obama”) y caídas de la inversión real.
El gran escollo de todo este plan es el aumento del proteccionismo que puede suponer un importante recorte en estimaciones de crecimiento y empleo. Los mensajes que llegan desde Estados Unidos han moderado enormemente los riesgos, y entre otras cosas, se ha probado que la capacidad real del Presidente de tomar medidas ejecutivas anti-comercio es muy limitada. En el país, el congreso y el senado están dominados por republicanos, pero no por defensores del proteccionismo. No podemos olvidar, porque está probado que un aumento de tasas y aranceles al comercio genera el doble en pérdidas por ingresos de exportaciones para el país, al tiempo que deberíamos ser conscientes de que la administración Obama fue la que más medidas proteccionistas impuso en los últimos ocho años. Y así les fue. El crecimiento más pobre de cualquier recuperación económica en las últimas décadas.
¿Y si entramos en una guerra comercial?
Rex Tillerson —director ejecutivo de Exxon Mobil Corporation, la quinta mayor empresa atendiendo a su capitalización de mercado—, criticó a China por las islas del Pacífico y avisando que no se le debería dar acceso al gigante asiático a dichas islas. Tillerson siempre desconfió del “crecimiento burbuja” de China y en Exxon se negó repetidamente a invertir de manera relevante y entrar en grandes alianzas con empresas chinas.
¿Es la antesala de una guerra comercial con China? No lo creo, pero lo que sí sabemos es el impacto de una guerra comercial total a nivel global. Desplome del consumo de hasta el 3% anual, media de caída de la inversión del 10%, entrada en recesión y desempleo casi duplicado.  
La realidad es que para algunos miembros del equipo de Trump no es una cuestión de guerra comercial. Es el desproporcionado superávit comercial que tiene China con Estados Unidos. El más alto del mundo.
China exporta a Estados Unidos unos 483.000 millones de dólares (2015) y Estados Unidos solo $116.000 al gigante asiático y se atribuyen muchas de las imposibilidad de exportar a que las autoridades regulatorias, empresas estatales y gobierno chino es en realidad un solo ente.
Sin embargo, una parte relevante de esas importaciones son productos electrónicos, maquinaria y ropa que las propias empresas americanas fabrican en China y luego envían a Estados Unidos. De ahí vienen muchos mensajes proteccionistas de la administración Trump.
Pensar que todo irá bien porque impidas que se fabrique e importe desde otros países, no ocurre. Muchas de esas empresas simplemente no podrían siquiera mantener su negocio. Los grandes desequilibrios entre China y Estados Unidos no se solucionan equiparando el proteccionismo americano al chino, como se ha intentado desde 2008, sino rompiendo barreras para que China se equipare al resto de la OCDE. Precisamente ahora que sus monumentales desequilibrios monetarios y de deuda empiezan a pesar de manera agresiva, es la oportunidad de atraer a China al mundo, no el mundo a China.

El proteccionismo solo protege al gobierno
El resurgimiento del proteccionismo no es una novedad y no ha llegado con Trump ni May.
Desde 2008, el país que más medidas proteccionistas ha impuesto, de lejos, es EEUU gobernada por Obama, según Geopolitical Intelligence Service.
Entre 2010 y 2015, se implementaban entre 50 y 100 nuevas medidas proteccionistas en los primeros cuatro meses de cada año. En 2016, más de 150.
Esta semana se ha hecho realidad la defunción del tratado Transpacífico (TPP) que comentábamos aquí, y me enternece ver a comunistas, socialdemócratas e intervencionistas varios criticar la decisión de Trump que ellos promovían con el TTIP y todo lo que huela a mercado. Porque el tratado estaba muerto ganase Trump o Clinton, que afirmaba, ya en 2016, que se oponía al tratado y lo iba a eliminar.
Es, como mínimo, divertido que los medios ensalcen las palabras del primer ministro chino sobre globalización y apertura en Davos cuando una de las naciones más proteccionistas del mundo es la suya. Una manera de alentar el proteccionismo es a través de las empresas estatales ineficientes. Según Wilbur Ross, más de un tercio llevan años en pérdidas y aumentando sobrecapacidad mientras se las mantiene zombis con bancos y dinero público. Esa sobrecapacidad, que alcanza el 40%, les lleva a vender el exceso de producción a precios muy inferiores al coste.
Lo triste de toda esta ola proteccionista es que llega por todos lados, desde Japón a India. Cincuenta y cinco países han aumentado medidas proteccionistas en los últimos ocho años, según Global Trade Alert.
¿El resultado? El desplome del comercio internacional, el peor crecimiento global desde 2008 y más deuda. No le echemos la culpa a Trump, por lo tanto.
Wilbur Ross y el propio Rex Tillerson explican que en los últimos ocho años la manera de lidiar con las prácticas anti competencia y anti comercio de China, que tiene el mayor superávit comercial del mundo con EEUU, ha sido poner una sonrisa y –en silencio- intentar limitar la entrada de bienes y servicios vendidos a precio por debajo de coste. Un caso bastante popular fue el de los paneles solares. Pero esa política de “sonrisa global y proteccionismo real” claramente no ha funcionado. Ahora llega la política de amenaza y acuerdo.
Pero el desencuentro China-EEUU no justifica la posición con respecto al TPP, Nafta y otros ni la tentación del mercantilismo. La terrible sombra de esas medidas intervencionistas, que espero que no se implementen, nos recuerdan a los errores de Carter, por ejemplo, o de Japón.
El proteccionismo se nutre del chivo expiatorio del enemigo exterior y la falsa varita mágica del Estado redentor para prometer mentiras.
La primera mentira es decir que industrias de baja productividad, que hoy no son competitivas, van a empezar a serlo por limitar el comercio con países que tienen menores costes.
La evidencia nos muestra que es empíricamente falso. Ni el porcentaje de importaciones de países “baratos” se disparó antes, ni se aumenta la producción local por eliminar el comercio.
La segunda mentira es que se crean más puestos de trabajo y con mejores salarios.
El único efecto real es que se disparan los precios por el aumento de aranceles y las industrias obsoletas caen igual. No se mejora el empleo ni suben los salarios porque la sobrecapacidad se perpetúa. De hecho, en un mundo con el nivel de endeudamiento actual, del 225% del PIB, un efecto colateral añadido es que el aumento de la inflación y, con ella, los tipos de interés reales, se llevan por delante a los sectores de baja productividad por el aumento de sus costes financieros, ya que –no es sorpresa- también son sectores que actualmente tienen un apalancamiento superior al histórico.
La tercera mentira es que las empresas se irán a mi pueblo porque lo diga un comité.
Por supuesto, la idea de unos y otros defensores del proteccionismo, de la izquierda a la derecha, se alimenta de la idea ridícula de que las empresas que hoy contratan y fabrican en India o México se irían todas a Virginia o a Albacete. No ocurre.
Si pensamos que una industria que no es competitiva hoy, lo va a ser por un arancel del 35% a sus competidores, podemos olvidarlo. Simplemente se cierran negocios, y los más desfavorecidos son los países pobres, que sufren el doble efecto de la inflación, menor comercio y el cierre de empresas.
Es una entelequia pensar que las fábricas de automóviles, por ejemplo, van a producir y vender más porque LePen les obligue a instalarse en Francia. Todo su crecimiento viene de las exportaciones, y los países que sufren las medidas proteccionistas, también las imponen a los países exportadores. Pierden todos. En una industria que ya tiene hasta un 30% de sobrecapacidad (The road to 2020 and beyond: What’s driving the global automotive industry? McKinsey), será un dominó de cierres de capacidad productiva y menos empleo.
La última es pensar que la autarquía es posible en economías y empresas abiertas. Ni Renault es una empresa francesa, sino global, ni lo es la inmensa mayoría de los grandes sectores. La llegada del intervencionismo mercantilista solo alegra a los sectores rentistas, que ni crean empleo ni mejoran la productividad. Y siguen en proceso inexorable de desaparición por obsolescencia.
¿Saben esto los populistas de puño cerrado y los de mano abierta? Claro. El historial de fracaso del proteccionismo es tan apabullante que sólo un político podría ignorarlo pensando que “esta vez va a ser diferente” porque lo aplique él o ella. Pero esos populismos son también los que llaman “estratégico” a los rentismos clientelares. Estratégico para administrar las migajas de lo que queda.
Y es que lo que esconde la falacia del proteccionismo es nada más que promover el intervencionismo más rancio. No se trata de proteger a uno u otro país de los chinos, sino de copiarles.
Dar más poder a los políticos y control sobre la actividad económica, con el beneplácito de los ciudadanos que se tragan la mentira de que la tecnología destruye empleo y que la inflación creada se les va a compensar en mayores salarios reales.
Mientras tanto, el gobierno que le promete que usted estará mejor empobreciendo al vecino, se beneficia, convirtiéndose en el que impone las decisiones de inversión o contratación. Aunque luego le sale el tiro por la culata, siempre, se presentará ante nosotros como el “protector”, el que lo intentó. Lo hizo por nosotros.
Y, por supuesto, la inflación –el impuesto de los pobres- de la que se beneficia el Estado endeudado “desvalorizando” sus enormes deudas a costa de la renta disponible de los ciudadanos, que no ven su poder adquisitivo mejorar, porque los salarios reales no aumentan. Pero el político le echará la culpa a las empresas, a los comercios y al nuevo álbum de U2 si hace falta.
El único protegido por el proteccionismo es el gobierno que lo impone. Los demás pagamos la ocurrencia.