miércoles, 27 de enero de 2016

La educación de ayer y de hoy

Hace tiempo que los muros de Facebook se llenan de frases de nostalgia sobre la “generación del por favor”, educada en el respeto a los mayores y de cantidad de padres agobiados, quejándose de niños ingobernables y de la cantidad de “inútiles de 30 años que se comportan como niños”. Algunos viviendo en un hotel de cinco estrellas a pensión completa —la casa de sus padres— y otros que viven solos aunque mandan las facturas a sus padres para que las paguen. Muchas mamás se autoimponen la tarea de seguirles lavando la ropa, hacerles la comida, cuidar de sus hijos cuando los tengan y otras cosas por el estilo. Parece que no entienden que ni los padres ni los abuelos son eternos y sus cuerpos y energías menos aún. 
¿Como pueden esperar que estos “niños grandes” les cuiden cuando lo necesiten si nunca han sido capaces ni siquiera de cuidarse a si mismos autónomamente? 
La respuesta es que ¡No lo esperan! Estos súper-ancestros son sacrificados por naturaleza. Lo aprendieron de pequeños, pero se pasaron de la raya, porqué con tanta protección, malcriaron a sus hijos. Con esta educación es imposible esperar que aprendan a valerse por si mismos. Siempre han sido los padres o los abuelos los que les han resuelto cualquier problema que han encontrado en su vida, impidiéndoles o al menos no facilitando un crecimiento sano y autónomo. 
Ha habido una generación de niños malcriados y dependientes, “protegidos” por supermamás invalidantes, que se han transformado en pequeños dictadores de su casa, que se despiertan cada día de la semana con gritos y llantos, y no paran de gritar y llorar hasta que se acuestan. Muchas supermamás o superabuelas lo justifican diciendo que “los críos son críos y son así”…
¿De verdad alguien cree que es feliz un crio que se pasa todo el día desordenando cosas, tirándolas por el suelo, desobedeciendo las normas, exigiendo atención continua, gritando, llorando y siendo incapaz de afrontar serenamente ni la más mínima contrariedad?
¿Quién es el responsable de esta desagradable situación?

Muchas veces he oído a madres decir: “no quiero que pasen lo que yo pasé”. Parece que han olvidado que la resistencia a la frustración permite aprender de los errores. Han olvidado lo que con el ejemplo de su comportamiento les enseñaron sus padres: virtudes universales como la valentía, justicia, humanidad, templanza, trascendencia y sabiduría. Son recursos fundamentales que los niños deberían apreciar y alcanzar. Sabemos que es complicado encontrar la didáctica adecuada para ello, pero hay que intentarlo.
No hay que reprender a los niños por sus sentimientos sino por sus actitudes y acciones. Sobre todo si su estilo afectivo produce serias dificultades de convivencia. 
Todos tenemos una personalidad heredada, aquella con la que nacemos (sexo, estructura cerebral, temperamento) pero también tenemos la personalidad aprendida o carácter que es el conjunto de hábitos que deberían educar los padres, las familias y los educadores, motivando adecuadamente hacia la acción, centrándose en recursos afectivos como la actitud proactiva (necesaria para enfrentarse a los problemas, para prevenir la depresión, para evitar las dependencias), la confianza en uno mismo (que implica unas creencias sobre el futuro que animan a actuar), la resistencia (al esfuerzo, la frustración, a los traumas), cuidando una representación de un mundo abierto, rico en valores y posibilidades, etc.
Si los padres dejan de sentarlos delante de la TV, la Tablet y de atiborrarles la jornada con interminables actividades extraescolares que cuestan dinero y no aprovechan y les dedican tiempo de calidad para educarles, el joven podrá modular la personalidad que proyecta en sociedad y que depende exclusivamente de nosotros, de nuestro interior, de nuestros proyectos vitales personales.
Hay que educar a los niños para que aprendan a recorrer solos el camino de su vida, a hacer las cosas por sí mismos, a ser responsables de las consecuencias de sus actos, a expresar lo que quieren dialogando en lugar de a base de gritos y llantos, a entender el valor de las cosas, a ganar las cosas que desean, a agradecer en lugar de exigir, a ponerse en el lugar de los demás, a encajar un "no", un revés o una contrariedad.
Son los padres los que deben marcar las pautas de comportamiento y poner los límites. Los abuelos y familiares deben contribuir dando buen ejemplo de comportamiento, del que los niños puedan aprender. En cambio, si les crían como "reyezuelos" y “princesas” sufrirán mucho de adultos o cada vez que salgan de su “reino” porque, como se lo han hecho, resuelto todo y les han permitido cualquier comportamiento; no han tenido oportunidad de aprender a gestionarse sus propias necesidades ni a convivir y respetar a los demás. 
La sociedad familiar del siglo pasado ha desaparecido. Existen palabras que la generación de nuestros padres y abuelos oyeron a menudo y que ahora nos cansan solo con oírlas, parecen pronunciadas en mayúsculas: "ESFUERZO", "SACRIFICIO". 
Es como si nos dijeran: "Tú tira del carro, avanza a pesar de los pesares, aunque lo pases mal, recuerda tus objetivos y aunque no puedas, TRABAJA y ten FUERZA DE VOLUNTAD". 
Tal vez sea porqué nuestros padres pasaron necesidad en su niñez —algunos pasaron incluso hambre— no han consentido que a nosotros nos faltara de nada. Desde pequeños, interiorizaron una capacidad de sacrificio y de trabajo a toda prueba y sobreactuaron con sus hijos. El resultado es que las nuevas generaciones, siempre hay brillantes excepciones, están poco o nada acostumbradas a esforzarse y sacrificarse. Con la crisis nos ha caído encima un jarro de agua fría. A nosotros porqué ya nos habíamos acostumbrado a la abundancia y a nuestros hijos porqué nacieron en ella y no conocieron la escasez. 
Todos ofrecemos una resistencia numantina a renunciar a la buena vida que conseguimos a finales del siglo pasado. Incluso las fotos y videos de los últimos refugiados sirios que inundan los medios de comunicación no resisten la más mínima comparación con las pocas fotos que salen a la luz de los refugiados españoles que huyeron de la Guerra Civil. Los refugiados sirios que llegan a Europa parecen ricos comparados con los nuestros. Hemos borrado cualquier recuerdo desagradable de nuestra memoria y los documentos los hemos enterrado en oscuros archivos. 
La última crisis ha dado comienzo a una época de restricciones en la que los jóvenes no podrán dar a sus hijos el nivel de vida material que disfrutaron en casa de sus padres. Mal que nos pese, tendremos que rescatar esos malsonantes vocablos —esfuerzo, fuerza de voluntad, sacrificio, ahorro— y si queremos sobrevivir necesitaremos grandes dosis de "automotivación". Seamos inteligentes y motivémonos a nosotros mismos, dividiendo nuestros objetivos en trocitos pequeños para no agobiarnos tanto ni tan fácilmente. Si tropezamos, intentemos que los remordimientos no bajen nuestra autoestima, no nos castiguemos. En cambio, cuando consigamos un pequeño logro, disfrutémoslo concediéndonos un pequeño premio. Enseñar con el ejemplo este proceder puede ser un pequeño paso para muchos abuelos, pero un gran paso para sus nietos. Salvo casos especiales que necesitan ayuda profesional, todos podemos intentar conocernos a nosotros mismos para poder prevenir posibles tendencias a cometer errores o tener tropiezos. Pretender llevar una vida sin riesgos equivaldría a encerrarnos en una urna de cristal, pero encerrarse en una urna supondría el mayor riesgo de todos porque equivaldría a no vivir. Por tanto vivamos la vida que nos ha tocado vivir, sin lamentarnos, pensando que somos muy desgraciados porque nos ha tocado vivir una crisis muy grande y sin esperar que nadie nos regale las cosas. Ya vimos que lo que parecía que los bancos nos daban era un préstamo que debía devolverse con intereses. Nadie da duros a cuatro pesetas y todo tiene un precio, menos el pensar que es gratis. Escuchar atentamente las “batallitas” de nuestros abuelos nos haría bien y revisar algunas citas de “antiguos pensadores” y ponerlas en práctica, también. 
©JuanJAS