jueves, 7 de febrero de 2013

El Estado: prescindible o privatizable

 (Conferencia de David Friedman)
Murray Rothbard, un importantísimo pensador libertario fallecido hace casi dos décadas dijo: “Las funciones del Estado se dividen en dos: aquellas que se pueden privatizar y aquellas que se pueden eliminar”. La frase es toda una declaración de los objetivos últimos del movimiento liberal-libertario y a muchos, ajenos a debate tan apasionante, puede parecerles un slogan absolutamente alejado de la cruda realidad que en estos momentos atraviesan España y otros países de la periferia europea. 

Sin embargo, mal haríamos en rechazar de plano el rico contenido que semejante sentencia posee, pues, pese a las apariencias, no podría estar más de actualidad. Al fin y al cabo, buena parte del estancamiento y de la depresión de nuestras economías actuales se debe a la hipertrofia de un Estado muy superior al que los debilitados sectores privados actuales se pueden permitir. Un paso imprescindible para la recuperación es el pinchazo de la burbuja estatal –el concienzudo adelgazamiento del gasto público– que nos permita evitar el colapso. Son muchos quienes, empero, rechazan instintivamente cualquier reducción del tamaño del Estado por cuanto han sentido en sus propias carnes cuánto les han perjudicado las que ya hemos experimentado. 

Y ciertamente, en tanto el Estado reparte numerosas rentas y prebendas, el quedarse sin alpiste (tras reventar la burbuja inmobiliaria que le nutría de fondos) va a obligar a que mucha gente salga escaldada y perjudicada (del mismo modo que el pinchazo de la mentada burbuja inmobiliaria dejó a promotores y obreros de la construcción sin ingresos). Ahora bien, dentro de las inevitables molestias que causará un Estado con menos pan y circo que ofrecer, es evidente que los recortes pueden efectuarse minimizando el malestar –o, mejor dicho, multiplicando el bienestar– de unos ciudadanos que, en su mayoría, son clientes cautivos de ese Estado. ¿Cómo? Pues aplicándonos la máxima anterior: primero, identifiquemos todas las funciones actuales del Estado que o son directamente dañinas (legislación anticompetencia, subvenciones a empresas, burocracias arancelarias, intromisión regulatoria en la legislación empresarial, barreras de entrada en los mercados, etc.) o del todo prescindibles (superestructura de cargos políticos o empresas públicas que son simples agencias de colocación y capturadoras de rentas) para, inmediatamente a reglón seguido, comenzar por lo privatizable (básicamente, todo lo demás). 

Dentro de lo privatizable habría que distinguir, a su vez, entre aquello que el mercado seguiría proporcionando sin un coste para el consumidor directo (privatizaciones de las televisiones públicas, de la moneda, de la promoción del deporte y de la cultura, etc.) y aquellos que inevitablemente se financiaría vía precios y que, por tanto, acarrearía un coste explícito para sus consumidores (privatización de la educación, de la sanidad, de las pensiones o de ciertas empresas públicas que proporcionen servicios de utilidad). Las primeras pueden trasladarse al mercado de inmediato y sin molestia alguna por parte de los ciudadanos (salvo de los grupos de presión que vivan de ellas). Las segundas, sólo si no se mantiene la asfixiante presión fiscal actual y si se liberalizan lo suficiente tales sectores como para que se oferten servicios con muy variopintas condiciones; en caso contrario, la privatización funcionará mucho peor de lo que podría e inevitablemente degenerará en rechazo social.

El problema de las privatizaciones parciales 
Al cabo, ¿qué cabe prever que suceda con un servicio al que el Estado le fija buena parte de sus contenidos y de su inflada estructura de costes en un contexto de altísima exacción tributaria de rentas? Pues que gran parte de su potencial clientela será simplemente excluida: los empresarios no podrán ofertar los bienes tan baratos y con tanta calidad como en realidad les sería posible (por culpa de las restricciones estatales de la oferta) y muchos consumidores no podrán pagar sus agigantados precios (por culpa de la rapiña fiscal de la demanda). Ejemplos los tenemos a patadas: el privado pero ultrarregulado sector eléctrico español, la privada pero hipersocializada sanidad estadounidense o una eventual educación privada que se siguiera sometiendo el corsé del sistema de enseñanza nacional en lugar de permitir su auténtica revolución vía múltiples modelos de negocio competitivos (educación online, homeschooling, cooperativas de profesores, enseñanza reglada en el interior de las empresas, combinación flexible de todas ellas en itinerarios formativos flexibles, etc.). 

En definitiva, si aspiramos a lograr una sociedad más libre y más próspera, tendremos inevitablemente que reformar nuestro Estado, tanto para reducir su tamaño cuanto para restringir su ámbito de actuación. Sin embargo, un empeño tan saludable encontrará, a buen seguro, un frontal rechazo de, primero, los receptores netos de rentas de ese Estado y, segundo, buena parte de unos contribuyentes netos que, paradójicamente, contemplan esta imprescindible reforma como una amenaza y no como una oportunidad para multiplicar su bienestar. A los aquéllos será difícil convencerles de que el Estado –su Estado­– tiene que retraerse (aunque no es imposible, pues las desventajas que les atañen pueden verse compensadas con ganancias en el resto de áreas privatizadas); a éstos, sólo si no afrontamos el proceso de reforma de manera lógica y coherente: primero, suprimir las funciones del Estado prescindibles (en especial, las contraproducentes); segundo, o simultáneamente, privatizar los cometidos útiles que el sector privado pueda desempeñar en estos momentos sin coste o a muy bajo coste para el consumidor; tercero, privatizar las funciones útiles y costosas de sufragar mientras se procede a su profunda liberalización y a una intensísima reducción de impuestos.

¿Qué serías en tu vida si el dinero no importara?

En nuestra sociedad impera una especie de adoración al consumo. Ello hace que mucha gente trabaje en algo que no le gusta demasiado o incluso aborrece, con el único fin de comprar cosas que no les sirven o al menos no son imprescindibles para vivir. La prueba es que no les hacen felices, más bien les llenan de preocupaciones y estres.

En todo el "primer mundo" o mundo desarrollado (¿?) como algunos le llaman, millones de personas viven su vida participando en la interminable “carrera de la rata” que definió Kiyosaki. Además, condicionan a sus hijos, familiares y semejantes para que también participen en ella y los critican y les hacen el vacío si no les siguen. Al mismo tiempo se quejan de que no les gusta el tipo de vida que llevan o de cómo funciona la sociedad, como se comportan los “demás” (políticos, banqueros, jefes, etc.) 
Poco cuesta echar la culpa a los demás, pero parece que cuesta mucho parar un momento y reflexionar sobre nuestra propia vida privada.
Algunos piensan que la única forma de poder vivir más feliz en un mundo mejor es trabajando uno mismo para cambiarlo.  

¡Haz un alto en tu camino! Apaga el móvil y la tele y vete a dar un paseo al parque.

No solo te pierdes el paisaje por ir tan rápido, también pierdes el sentido de adónde vas y por qué. ¡Detente y disfruta de la vida!. 
Cierra tus ojos y olvídate de todo por unos segundos. 
Detente en los detalles, en los aromas, en los sonidos... 
En aquello que llevas mucho tiempo ignorando; casi desde que dejaste de ser niño. 
Pregúntate sin hacerte trampas al solitario: ¿Estás disfrutando realmente de tu vida? 
¿Qué piensas que deberías hacer para mejorar su satisfacción? 

Alguna vez has cuantificado ¿Cuánto dinero hace falta ganar para vivir? 

Y si el dinero no importara tanto como la mayoría piensa. 

¿Qué es más importante: ganar dinero o ser feliz? 

¿Cuál se te antoja, para ti, es el mejor camino para ser feliz?: 

A.- Trabajar en lo que sea que te permita ganar dinero, para intentar tener muchas cosas y poder llegar a ser feliz algún día. 

B.- Utilizar tu tiempo haciendo algo que te guste y al disfrutar haciéndolo, mejorar día a día tus habilidades. Tal vez logres alcanzar la excelencia y al final, ello te reporte más dinero. 

Os animo a ver el siguiente vídeo basado en unos pensamientos de Alan Wilson Watts. Son sólo tres minutos y está subtitulado en castellano.
©JAS2013







http://www.youtube.com/watch?v=-yBA3tngqnA 

PD.-
1.- Alan Wilson Watts  fue un filósofo británico, así como editor, sacerdote anglicano, locutor, decano, escritor, conferenciante y experto en religión. Se le conoce sobre todo por su labor como intérprete y popularizador de las filosofías asiáticas para la audiencia occidental. 

Escribió sobre temas como la identidad personal, la verdadera naturaleza de la realidad, la elevación de la conciencia y la búsqueda de la felicidad, relacionando su experiencia con el conocimiento científico y con la enseñanza de las religiones y filosofías orientales y occidentales.

Las clases esenciales de Alan Watts (48 conferencias de Alan Watts (21h de audio)  ($34.99)) se pueden conseguir en http://www.simpletouchsoftware.com/products/alanwattsapp/

2.- TragedyandHope es un canal de YouTube dedicado a crear vídeos para informar, inspirar y ayudar a cambiar el estilo de vida. Allí podéis encontrar multitud de vídeos (gratis) para reflexionar y compartir.
http://tragedyandhopeproductions.org/