jueves, 9 de febrero de 2012

LEER... ¿Placer o castigo? (I)

El lector, en el momento en que empieza a leer un libro, abre la puerta a un mundo distinto. Entra en contacto con un tema especial, observa aspectos de la vida desconocidos y se transporta al universo fantástico de la imaginación. La evolución y el desarrollo de la lectura han cambiado la organización misma de nuestro cerebro y nuestra vida intelectual.
El pensador chino Confucio (Maestro Kong), ya de niño, tenía muchas ganas de aprender. Tantas que, para poder seguir leyendo cuando anochecía, hizo un agujerito en la pared para que entrara un rayo de luz desde la habitación contigua y así poder seguir leyendo. Quinientos años antes de Cristo, dijo:
“No importa lo ocupado que estés, encuentra tiempo para leer o elige caer en la ignorancia”.
Aristóteles filósofo griego, 350 años antes de Cristo, dijo:
“La sabiduría es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad”.
Desde entonces ha llovido mucho, pero pensadlo y responderos: En la actualidad, ¿Siguen vigentes estas citas?
Al leer se aprende y el aprendizaje es siempre una rebelión ...
Cada nueva verdad que descubrimos al leer un buen texto, revoluciona lo que antes creíamos.
Will Rogers era un humorista, comentarista y actor estadounidense. Su columna periodística era leída por millones de personas; se caracterizó por una escritura simple, elegante y punzante. Una de sus anécdotas relativas a la lectura fue: “Hay tres clases de personas: Los que aprenden leyendo, unos pocos que aprenden por la observación inteligente y el resto que pastan la hierba dentro del cercado que otros han puesto por ellos”.
Leer nos hace civilizados
Podemos descubrir que los libros son joyas de valor incalculable, no sólo porque nos abren la mente sino también el corazón. Son vida y sabiduría. Son una ventana al mundo y se pueden convertir en nuestros “tutores de resiliencia”. Sí, tienen la capacidad de “curarnos” y enseñarnos a ver la realidad de una manera distinta y más sabia. Aquí podríamos recordar el “mito de la Caverna” de Platón, pero esto será tema para otra entrada.
Por otra parte soy consciente de que el condicionamiento pesa mucho. El estado natural del cerebro humano, como sucede en la mayoría de los primates, tiende a la distracción. Basta con que aparezca cualquier estímulo interesante y nuestro cerebro sentirá interés por él, olvidándose de lo que estaba haciendo. Sin embargo, leer un texto requiere de una capacidad de concentración intensa, en una sola tarea, durante un periodo de tiempo, sin interrupciones.
La concentración profunda se combina con un descifrado del texto e interpretación de su significado. Esto implica una actividad y una eficiencia de orden mental muy considerables. La lectura de un texto es valiosa no sólo por el conocimiento que los lectores adquieren a través de las palabras del autor, sino por la forma en que esas palabras activan vibraciones intelectuales dentro de sus propias mentes. Como dice Alfred Sargatal, “El conocimiento no está constituido sólo por una acumulación de datos, sino por la construcción de un saber. Un saber que es siempre individual y difícilmente transferible”.
Por diferentes razones la humanidad se ha pasado más años sin leer que leyendo, pero ya que actualmente tenemos posibilidad de hacerlo…
¿porqué, mucha gente, desaprovecha esta gran oportunidad? Tal vez sea porque para “civilizarnos” hace falta un esfuerzo notable, motivarse y auto-exigirse a uno mismo, para ser capaces de encontrar y comprender el sentido de las cosas en la cultura a la que pertenecemos. Deseos y responsabilidades, motivarnos y exigirnos, descubrir y adquirir rutinas, no son fácilmente compatibles. Aguantar la lectura de un texto largo hasta el final, aplazando el disfrute inmediato, no es fácil hoy en día, porqué, ahora, reina la cultura del beneficio inmediato y con el mínimo esfuerzo.
No hace mucho, la gente creía que se había hecho rica sin grandes esfuerzos. Vivían a todo tren en grandes casas y conducían vehículos caros, ajenos al riesgo que suponía contraer préstamos cada vez más grandes, sin disponer de un flujo de capital seguro y constante que, en el futuro, les permitiera devolverlos sin problemas. Ese mismo tipo de personas ninguneaban a los que se esforzaban en leer, estudiar y aprender. ¿Para qué, tanto esfuerzo?, si yo gano más dinero que muchos licenciados. Me basta con subirme en la ola de la bonanza: pan para hoy y hambre para mañana. Esta burbuja no podía durar eternamente y era lógico que explotara algún día. Bastaba con LEER un poco de historia económica, LEER críticamente los periódicos y reflexionar sobre el comportamiento de la sociedad. Informarse, LEER, comprender y actuar en consecuencia.
Vemos que leer es necesario para aprender, adquirir conocimientos y así comprender mejor lo que sucede a nuestro alrededor; pero, abducidos por el omnipresente reinado de los medios audiovisuales, parece que cada vez menos personas leen. La cultura del “logro a través del esfuerzo” está cada vez más demodé y hace falta más energía para sentarse a leer, acompañado a lo sumo por una música relajante, que para echarse en el sofá a consumir cualquier producto audiovisual.
Muchos padres tienden a utilizar la TV, el móvil, la tablet y otros gadgeds electrónicos como una especie de niñera, para entretener al niño desde las edades más tempranas. Suelen decir: “¡Mi pareja y yo trabajamos!”. Ese es un fenómeno provocado por la “cultura del consumismo” alimentado por la envidia en España (si el vecino lo tiene, yo más) y últimamente alimentado por la crisis económica. Muchos han desaprovechado, por el ansia de “poseer más cosas”, el más mínimo instante que pueden compartir con sus hijos. Algunos padres, para que sus hijos les dejen hacer otra cosa, les ponen delante del televisor, les enseñan a pulsar el botón que sintoniza algún canal de dibujos animados o de películas y ellos a lo suyo. Otros les dan el móvil para que aprieten teclas y vean sonidos o imágenes que no entienden, pero que absorben como una esponja en su cerebro. Los niños, desde su más tierna infancia, se acostumbran a convivir con imágenes con ruidos y gritos de múltiples connotaciones: violencia, sensualidad, miradas cargadas de odio, adulterio, egoísmo, alcohólicos, orgullo, cotilleo, etc. La lista es interminable. Lo grave es que por su tierna edad, los niños son influenciables y toda la in-formación que “absorben” a través de la tele, termina afectando su forma, presente y futura, de pensar y actuar.

"Si leer libros es tan importante,
porqué no se ve nunca a nadie haciéndolo en la TV"
No se puede olvidar que los niños están iniciando su aprendizaje y que todo lo que vean, escuchen y vivan en los primeros años, pesará mucho sobre la formación de su carácter futuro. El hecho de ver ciertas imágenes, conversaciones y sonidos, en la TV o en un juego de acción o violencia, puede provocar en los niños comportamientos cargados de temor e inseguridad. Incluso, pueden incluir demostraciones de impulsividad y comportamiento agresivo en su conducta. Se tornan desobedientes, gritan en exceso y muestran una marcada inclinación a repetir, en su relación con los demás, lo que han visto en las pantallas. Los pequeños se ven afectados aunque no estén frente a la pantalla, ya que reciben influencia con solo que el aparato esté encendido y oigan los mensajes al fondo, en la distancia.Además, tanto consumo multimedia, les torna menos creativos; conviven menos con la familia y sus amiguitos; se tornan perezosos para leer y se reduce su rendimiento escolar. Cundo crecen, la misma TV, les satura de noticias y espectáculos banales, tertulias en las que todos gritan, supliendo su falta de argumentos, descalificándose mutuamente, hablando todos a la vez, sin escucharse. Aún con todas estas actuaciones deplorables, parece que “los de siempre” son famosos y por ello salen por la tele a opinar de todo aunque no tengan ni idea de lo que hablan. ¡Faltaría más!. ¡Todo el mundo tiene derecho a decir la suya! Responden airados, cuando se les hace notar lo inadecuado de todo ello. Estas actuaciones de los “mass media” forman una nueva sociedad de analfa-betos funcionales. Puede que sepan leer, pero no saben narrar, dialogar, pensar y menos crear algo. Su función se limita a un consumo pasivo manipulado.
El tiempo que los padres pasan con sus hijos y la forma como se comunican con ellos, son de suma importancia. Más que la cantidad, importa la calidad. Deberían aprovechar el tiempo que están con ellos para impartirles, no sólo conocimientos, sino valores y principios que les ayudarán a crecer y formarse con cimientos sólidos. Y la mejor manera de hacerlo es actuando ellos mismos de acuerdo con estos valores cuando están en presencia de los niños.
Si los padres se hablan con cariño, si ríen, si leen, si mantienen conversaciones educadas e inteligentes entre ellos, los niños lo aprenderán. Si les llaman a gritos, si lo primero que hacen al entrar en casa, con el móvil en la mano, es encender la TV para ver programas estridentes y están todo el rato apretando botones y no leen un libro, periódico o revista ni por casualidad, los niños aprenderán a hacer lo mismo.
Cuando alguien empieza a entrenar una nueva habilidad, es difícil que obtenga un placer o se sienta gratificado; de ahí que tengamos que tener paciencia y ser perseverantes.
Al principio los niños, tampoco los mayores, no disfrutan tomando un libro en silencio o acompañados de una música suave y relajante. Están condicionados desde pequeñitos a oír la tele de fondo, no en vano fue su principal niñera a temprana edad, mientras jugaban con el ratón del PC de sus padres o pulsaban las teclas del primer móvil que encontraban encima de la mesilla, sin orden ni concierto. El premio era una especie de distracción con sonidos repetitivos y dibujos hipnóticos. El tener que entrenarse en nuevas habilidades, como la lectura, resulta difícil y poco placentero, pero si perseveramos lograremos descubrir un nuevo mundo.
Cuando tenemos habilidades y capacidades, nos gusta ejercitarlas, porque nos proporcionan un placer intrínseco, por tanto las utilizamos más cuando más, cuanto más las entrenamos. Resulta maravilloso saber leer una partitura, aprender a leer y ser capaz de entender lo escrito en multitud de libros, contactar con la mente de quien los escribió, aprender lo que nos enseñan y usarlo para crear algo útil. El gran secreto que muchas personas desconocen es que leer buenos textos, además de servir para aprender cosas, es un placer. Dejaos enamorar. Descubrid el placer leyendo un libro. Quienes saben de eso, dicen que la erótica está en el cere-bro, y creo que pocas cosas pueden hacer tantas cosquillas a las células grises como una buena lectura.
Los humanos somos la única especie conocida que tiene la habilidad de leer y escribir. Es decisión nuestra no perder esta habilidad que nos da conocimiento y placer, y nos hace más humanos. Es necesario enseñarla a los niños para que se formen activos, comprometidos con su entorno y con una visión del mundo más amplia. Lo van a necesitar para vivir en el futuro que les espera.
-continuará-
©JAS2012