sábado, 15 de octubre de 2011

¡ESPAÑOLES!. ¿Progreso o espejismo?

Asimilar el paso de la dictadura a un sistema de partidos no fue un juego fácil. En la España de 1977 se necesitó rapidez mental, inteligencia y mucha habilidad para que cada pieza del puzle adquiriera sentido.
La democracia exigía cerrar filas en torno a un líder carismático. Adolfo Suárez fue el hombre elegido para dar la cara y exorcizar los fantasmas del pasado mientras la sociedad se desperezaba de un largo letargo y comenzaba a disfrutar de sus recién adquiridos derechos, con alegría y pasión.
Durante los primeros años se avanzó mucho y se tomaron muchas soluciones de compromiso, con la idea de reformarlas más adelante; cuando la sociedad se acostumbrara a vivir en democracia. Luego siguió el café para todos. Nos acostumbramos a vivir en la cultura de lo políticamente correcto y dejamos de pensar en lo que nos importaba al principio. Olvidamos la cultura del esfuerzo y las antiguas reglas del juego, y nos dedicamos a gastar. Lo que teníamos y lo que no.
Han pasado casi 35 años y  entre el 2000 y el 2007, España ha gastado cada año entre un 4% y un 10% más de lo que producía. La primera lección de ese desastre es bien conocida: el dinero fácil lleva a hacer tonterías.
Lejos de inculcar a los jóvenes, y a la sociedad en general, el amor por el trabajo bien hecho y la búsqueda de la excelencia, se ha promocionado un falso igualitarismo, en lugar de una igualdad de oportunidades. Se ha inculcado en la sociedad el trabajar lo mínimo que se pueda, el vivir bien. Esto lleva hacia una falta de productividad y de creatividad que, unida a la pasión por el gasto compulsivo, ha producido mediocridad.
En la época pre democrática, estaba mal visto ir a comprar sin dinero (fiar). En aquellos tiempos, pedir sólo era posible para los ricos que tenían negocios productivos con que avalar el préstamo. El préstamo se concedía normalmente para crear otro negocio o para ampliar el propio. Nunca para despilfarrarlo.
Los gobiernos democráticos nos hicieron creer que el progreso no tenía límites. Todo el mundo se volvió codicioso. Desde los banqueros (normal), todos los gobiernos: nacional, autonómicos y locales, y también los ciudadanos. Pedir dinero prestado se convirtió en un deporte nacional. El que no lo hacía era catalogado, por sus compañeros, como un tonto. Los más listillos se hacían de oro comprando propiedades inmobiliarias sobre plano y vendiéndolas antes de que acabara la construcción del inmueble, embolsándose pingües beneficios. Los no tan listillos, pedían dinero prestado para comprarse un coche mejor que el del vecino, para hacer un viaje mejor que el del vecino, para comprarse un piso o una casa mejor que la del vecino, etc. El problema es que no se pagaba con dinero ganado y ahorrado lo que se compraba. Ni siquiera era necesario disponer de una gran entrada. Para que esforzarse y ahorrar, si se podía hacer el pago íntegramente con dinero prestado por las entidades financieras. El tipo de interés era tan bajo, comparado con el que se ofrecía décadas antes, que ayudado con una falta de regulación alarmante, permitía cometer a unos y a otros, toda clase de sinsentidos.  
¿Cómo pudieron los bancos prestar dinero a personas que a la más mínima contrariedad no podrían devolverlo?
¿Cómo pudieron embargarse muchos ciudadanos en hipotecas a 30 o 40 años? ¿Es que no les importaba dejar el problema del pago a sus hijos?
¿Cómo pudieron los gobiernos pedir dinero prestado a otros países en tal cantidad y a tan largo plazo, por importes muy superiores a la capacidad productiva del país?
La sociedad, en estos años de democracia, ha ganado en libertad; pero ha prescindido y olvidado una serie de “valores” fundamentales para la buena marcha de la vida económica. La sociedad ha hecho suya la cultura del “todo vale”, “todo es posible sin esfuerzo”, “todos tenemos derecho a todo, como el que más, aunque no tenga dinero para pagarlo”, “pelotazos fáciles, la buena racha durará siempre”, etc. 
Hace ya casi tres años que la euforia superlativa, ha dado paso a una gran frustración y un pesimismo preocupante. La gente se siente engañada, por sus gobiernos, políticos e instituciones económicas. Los poderes financieros dieron pié a que empezara la crisis con la connivencia de los gobiernos. Estos no los supervisaron adecuadamente. Pero también los ciudadanos se engañaron, creyendo que habían llegado a un paraíso en el que se podía conseguir mucho sin estudiar y trabajando lo mínimo. Se volvieron locos haciendo castillos en el aire irresponsablemente.
Todos colaboramos a que el globo se fuera hinchando cada vez más y al final explotó en 2007. A todos nos entró el pánico. Incluso al Gobierno. Al principio se tapó los ojos, como los niños pequeños, y negó que hubiera crisis.
Más tarde, presionado por el entorno europeo, empezó a tomar medidas los más políticamente correctas posible. Pasaron los meses y el pánico se apoderó de toda la clase política. El problema es que la economía sigue secuestrada por la política y los políticos no escuchan a los economistas. A cualquier propuesta técnica se le busca su lectura política a corto plazo. Esto hace que a menudo pierdan el sentido de la realidad y se tomen medidas injustas para los ciudadanos. Tal vez si se percataron de que nos dirigíamos a un gran abismo, pero nadie quiso o pudo ponerle remedio, porque era como sacar el champán de la fiesta.
Los ciudadanos no entendemos por qué hay que salvar a los Bancos con nuestros impuestos si ellos han sido, no los únicos, ya que nosotros también tenemos parte de culpa, pero si los primeros causantes de nuestros problemas.
La razón es que los Bancos manejan los recursos financieros y monetarios y estos son como la sangre en un cuerpo humano. Si deja de circular, nuestro cuerpo se muere. No es justo rescatarlos con dinero público, pero es inevitable. Es una necesidad técnica si no queremos que se colapse completamente nuestra economía.
Claro que, si bien el Gobierno tiene la necesidad de rescatar a la Banca para evitar males mayores a los ciudadanos, lo que no debería haber hecho es recapitalizarlos o intervenirlos, dejando que hagan lo que quieran con este dinero extra.
Tal vez hubiera sido más lógico es que el Gobierno estableciera unas condiciones para el rescate y vigilara-garantizara su cumplimiento.
Por ejemplo les podría exigir a los señores banqueros: “les presto este dinero para que recapitalicen sus balances y para que den liquidez para préstamos a las empresas, negocios y ciudadanos solventes; para que, a su vez, puedan mantener en marcha sus negocios saneados, sosteniendo los empleos e incrementarlos si es posible”.
Por parte del Gobierno, parece que ha habido una falta de rigor total en la aplicación de “condiciones” a estas recapitalizaciones a los Bancos y Cajas de Ahorros y/o de falta de celo en la vigilancia del cumplimiento de las mismas.
También es vergonzoso que los responsables, con su gestión temeraria o al menos ineficiente, de estos problemas, no asuman sus responsabilidades. No es de recibo que no se hayan corregido los numerosos vacios legales de nuestro sistema judicial, que  permiten que estos personajes se embolsen sumas astronómicas en bonus escandalosos y prejubilaciones vergonzosas, perjudicando a la ciudadanía.
Volviendo a nuestra precaria situación actual, es imprescindible que el Gobierno mantenga un diálogo constructivo con los afectados y haga un gran esfuerzo de pedagogía para explicar a los ciudadanos la situación en la que nos encontramos. Si el estado no tiene dinero y no encuentra financiación para pagar, los servicios que ofrece a sus ciudadanos, no queda otro remedio que hacer recortes. Está claro.
Hay que estudiar la forma de que estos recortes sean lo menos traumáticos posibles, pero la realidad es que recortes, tiene que haber. Recordemos: ¡Cuando no hay riqueza, hasta el Rey pierde sus derechos!.
En primer lugar es preciso dejar de malgastar y de gastar en todo lo que no sea absolutamente imprescindible. Pero, al mismo tiempo y todavía más importante, estudiar y aplicar políticas que incentiven la creación de empleo y de riqueza. Sólo si se genera empleo, se puede trabajar, producir, ganar dinero, reinvertirlo y consumir.
Por suerte para nosotros, este proceder es innato a los integrantes de la sociedad capitalista. Esperemos que esta vez “Spain isn’t different”. La sociedad estadounidense y centroeuropea tiene un dinamismo intelectual y económico que ha venido cultivando desde hace muchos años y por inercia, nos ayudará a salir de la crisis. La tecnología nos empuja y nos permitirá mejorar la competitividad de nuestros recursos productivos.
Dejemos de ser indolentes y autocomplacientes. ¡Fuera la pereza!.
Basta de excusarse con la falta de tiempo, para todo; hasta para pensar.
Basta de dejar a la familia en segundo plano.
Basta de prisas, para no ir a ninguna parte.
Empecemos a aprender, a razonar, a compartir y contrastar nuestras ideas, y recordemos que, como decía nuestro sabio Santiago Ramon y Cajal…
Las ideas no duran mucho. Hay que hacer algo con ellas”.

©2011 JAS

Recomiendo leer el Artículo del profesor Joaquim Muns, publicado en el suplemento 'Dinero' de La Vanguardia el 6 de junio de 2010 “IGUAL QUE HACE CINCUENTA AÑOS”
http://www.lavanguardia.com/economia/20110916/54216654592/igual-que-hace-cincuenta-anos.html